Bastaba el momento, el lugar, la hora, la oportunidad, la vida; todo lo que no tenía, para conocerlo.
Sí, él estaba ahí, justo delante de mi, sin buscarlo, sin necesitarlo, sin siquiera sospechar que llegaría a desordenar mi vida.
Con el café de sus ojos y sin necesidad de un sorbo, logró adentrarse en mis pensamientos, sugirió la cafeína en mi dieta y yo accedí con tal de verlo a los ojos todos los días, al fin y al cabo, sería un insomnio placentero.
Después de tanto café, el dulce dejó de cumplir con su labor, y el amargo sabor empezó a consumirme desde adentro. Resulta que la cafeína después de un tiempo deja de hacer efecto y para mi desgracia había llegado al limite de encariñarme, tanto como para depender de ella... y es que ya tenía un lugar en mi vida, no sabía si él o el café, solo sabía que desde ese día había encontrado otra forma de ser feliz.
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